
Entre los incontables males que la dictadura
actual ha acarreado al país, el más insólito y el que más asombra es que han
hecho retroceder a Nicaragua del siglo veintiuno hasta la época medieval, y el
debate social y político lo han convertido en un asunto de espíritus malignos y
demonios.
Este retroceso hacia el pensamiento medieval y la época de la
inquisición se lo debemos principalmente al discurso oficial promovido por la
Murillo en sus cansinas alocuciones diarias por la radio, en las que usa un
lenguaje seudo religioso, que, de “cristiano, socialista y solidario” ha venido
involucionando hacia un léxico más propio de Torquemada, de Diego de Landa, o
de otros famosos inquisidores del siglo quince.
Cada vez que se refiere a los
nicaragüenses que protestan, los llama “seres mezquinos, seres mediocres, seres
pequeños, minúsculos, perversos, siniestros, diabólicos, satánicos, vandálicos,
delincuentes, falsos, falsas personas, falsos seres, falsas conciencias,
alentadores de odio, fuerzas diabólicas, tenebrosas, terroristas, criminales,
asesinos, cínicos, sinvergüenzas, plaga, peste, etc.”, y en una comparecencia
reciente, la Murillo calificó las protestas populares como una coalición de los
demonios, pues dijo que la fe venció al “mal”, y agregó: “Aquí hubo demonios
sueltos, aquí hubo ritos satánicos, aquí hubo potestades que se materializaron
por Nicaragua dejando un reguero de sangre, imponiendo el mal…
”Es chocante el
contraste entre lo novedoso del estallido social que ha surgido en Nicaragua,
de carácter masivo y cívico, auto convocado, y con antecedentes en las
movilizaciones de años anteriores (de las feministas, del movimiento campesino,
de los jóvenes en apoyo a los jubilados, de los estudiantes, etc.) y la
intolerancia absoluta de la dictadura ante las protestas, pues asesina a los
manifestantes, condenándolos a la muerte como la Inquisición a los supuestos
herejes.
También, hay un contraste
extremo entre las reivindicaciones tan contemporáneas que demanda el pueblo
nicaragüense, como son los derechos de la mujer, la conservación del medio
ambiente y el respeto a la naturaleza, la justicia social, el derecho a la
educación, a la libertad de expresión, a la manifestación cívica, el repudio a
la corrupción gubernamental, el restablecimiento de la independencia
institucional, etc., y la visión totalmente cerrada, obtusa y medieval de la
dictadura, que ha descalificado esas demandas perfectamente comprensibles en el
siglo veintiuno, las ha sacado del contexto político y social al cual
pertenecen, y las trasladó al ámbito incomprensible del delirio esquizofrénico,
en donde no es posible ni tiene cabida la discusión racional y lógica.
De tal manera que lo que debería ser sujeto
de un debate nacional, para esta dictadura demencial es un asunto esotérico,
pues ha trastocado la lucha cívica de los nicaragüenses en una invasión
infernal del mal y de los demonios.
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