
El problema no radica
únicamente en la autocracia, ya que, a partir del siglo XVIII, en muchas
monarquías existió el absolutismo ilustrado, en el cual, las decisiones se
adoptaban con el uso de la razón, y se difundía la cultura más avanzada.
Incluso, aquí, el último Somoza, quizás el más cruel, modernizó profesionalmente
el Estado.
Ortega da por terminado el diálogo.
El 19 de julio, Ortega respondió públicamente a la
resolución de la OEA, aprobada en Medellín el 28 de junio, que le daba un
ultimátum muy mal formulado, de 75 días, para que negociara con la Alianza Cívica
las reformas electorales. No hay negociaciones –dijo Ortega, como si fuese una
conquista- ni con la comunidad internacional ni con los negociadores
nacionales; y no hay, tampoco, adelanto de elecciones.
El único diálogo posible
en las actuales circunstancias –agregó Ortega- es con los campesinos y pequeños
productores, para impulsar las reformas electorales que sean necesarias de cara
a las elecciones de 2021. Y dio una patada despectiva a la Mesa de
Negociaciones, en la concentración de la plaza.
Luego, el nuncio, Waldemar Somertag, testigo por el
Vaticano en la Mesa de Negociaciones, informó que recibió una carta firmada el
30 de julio por el canciller Denis Moncada, en la que el gobierno orteguista
comunica a la Santa Sede que la negociación culminó (quiso decir, terminó) por
la ausencia definitiva de la Alianza Cívica.
Obviamente, una negociación política no termina por
tontería semejante, si lo que está en juego es la estabilidad de la nación, no
las susceptibilidades y los caprichos personales. De lo que se trata es de
evitar una agudización desastrosa de la crisis actual, por medio de cambios
profundos oportunos. Lo que correspondía, si pensamos que en lugar de un
individuo irresponsable al frente del país se encontrara alguien mínimamente
razonable, es que en la plaza se esbozaran los cambios políticos necesarios
para satisfacer las demandas legítimas de los ciudadanos.
De modo, que Ortega no sólo es incapaz de resolver la
crisis, sino, que insiste en agravarla por intereses espurios personales de
aferrarse de mala manera al poder, orillando al pueblo a profundizar la lucha
para sacarlo del gobierno, como un obstáculo para la convivencia pacífica en la
sociedad.
¿Qué obtuvo Ortega con los dos diálogos abortados?
El primer diálogo fue una maniobra militar de
distracción. Los autoconvocados se ilusionaron que podían obtener sus
reivindicaciones de democratizar el país dialogando. Les parecía que, con la
insurrección pacífica, pero, de consecuencias trágicas para el pueblo víctima
de la represión orteguista, habían logrado su objetivo, y marcaron el paso sin
avanzar de sitio.
Mientras Ortega, a la par que participaba en un diálogo
burlón, sin pies ni cabeza, preparaba en serio su ofensiva paramilitar contra
las barricadas defensivas en los barrios y en las carreteras de todo el país.
Atacándolas una por una, con algunos miles de hombres armados hasta los dientes
con armas de guerra, que actuaban como escuadras móviles. El resultado fue una
carnicería terrible que sofocó en sangre la rebelión inicial, con 325
ciudadanos asesinados y 2 mil heridos.
La insurrección pacífica, improvisada, permaneció
paralizada mientras Ortega ejecutaba la masacre durante más de dos meses de
orgía paramilitar.
Esa masacre aisló a Ortega a nivel mundial, consiguió con
ella que les impusieran sanciones económicas a sus más cercanos funcionarios, y
que fuera objeto de una ofensiva diplomática para propiciar una apertura
democrática en el país, por vía negociada (¡).
El segundo diálogo, auspiciado por los grandes
empresarios para contener el deterioro de la economía (y de sus negocios),
mediante un acuerdo con Ortega que se pudiera vender a la comunidad
internacional como un arreglo satisfactorio para el pueblo, contaba con que las
masas aceptarían salir de la escena política por efecto de la represión, y que
delegarían sus demandas en la Alianza.
La Alianza (dominada por representantes
de las cámaras empresariales) se encerró con Ortega para alcanzar acuerdos
secretamente, en los cuales, Ortega dictaba los términos que reafirmaban su
modelo de gobierno absolutista, con llamados abstractos a la democracia. Lo que
llevaría, supuestamente, a restablecer los derechos ciudadanos, pero, vía
procedimientos burocráticos bajo control de Ortega (a los que llamaban
protocolos).
En los acuerdos alcanzados, para que se pudiera ejercer
algún derecho ciudadano se debía solicitar previamente la aprobación de los
funcionarios orteguistas. En otros términos, en lugar de avanzar hacia la
democracia, el pacto perfeccionaba el Estado burocrático policíaco. Por
supuesto, algo olía mal en Dinamarca.
Dinámica agitativa o el fulcro de las protestas
Sin embargo, la demanda de libertad para los presos
políticos se convirtió en el punto de apoyo (en el fulcro o soporte para el
giro de la palanca, descrito en la Física), que es lo que en la antigüedad
clásica demandaba Arquímedes para ejercer presión con la palanca y mover el
mundo. La Alianza comenzó a ceder a la presión del pueblo, máxime después del
asesinato, en las cárceles de la Modelo, del prisionero político, Eddy Montes.
Y se levantó de la Mesa de Negociación exigiendo, junto a la población rebelde,
la liberación efectiva de los presos políticos (ya que, en el próximo futuro,
la Alianza va a necesitar cierta credibilidad de masas para jugar su propio rol
político en las elecciones).
Ortega se halaba los pelos porque el tinglado de los
acuerdos no le servía para nada. Y se encontraba, sorpresivamente, a la
defensiva, impotente, sentado solitariamente en la Mesa de Negociación leyendo
en voz alta salmos sin sentido. Había cometido tres errores: exigió a la
Alianza, como precondición al diálogo, que pidiera el cese de las sanciones; no
liberó a los presos políticos sino hasta el último momento (al término de
noventa días); y asesinó en la cárcel, de un disparo de AK-47, a Eddy Montes.
Para Ortega, la Alianza dejó de ser el títere confiable,
que había previsto al inicio del diálogo. Y percibió que la comunidad
internacional agotó sus armas diplomáticas, dejando en evidencia lo poco que
puede hacer, de carácter práctico, para ejercer una presión efectiva. Se
limitaba a emitir resoluciones protocolarias ineficaces (que auspiciaban
ilusamente la condescendencia de Ortega para aprobar, de buena fe, algunos
cambios democráticos formales).
De modo, que Ortega dio por concluida esta etapa de
diálogo en la que falló el hermetismo dictatorial, ya que la Alianza se mostró
sensible a la presión popular que, a su vez, en lugar de delegar en la Alianza,
terminó arrastrándola puntualmente a sumarse mediáticamente a la rebelión por
los presos políticos.
Táctica orteguista.
Ortega busca, ahora, un nuevo títere a portada de mano,
más confiable, a los que el pueblo desprecia abiertamente por su entreguismo y
colaboración con la dictadura. A los que llama zancudos (porque chupan algún
recurso del Estado a cambio de su colaboracionismo abyecto).
De manera, que
estos posibles interlocutores de Ortega resultan inmunes al descrédito
político. A Ortega, que se zambulle y hace gárgaras en el desprestigio, le
importa poco que estos socios suyos no parezcan honrados.
Con acuerdos electorales a su medida, opone hechos
concretos, de facto, a simples resoluciones de condena en su contra. Con la
intención que el pueblo se decepcione y opte por ausentarse de las urnas
electorales, también en 2021. La previsión de este ausentismo no es del todo
descabellada.
Toda la política gira, ahora, en torno a las reformas
electorales. De ello depende, al parecer, ciertos cambios posibles en la
correlación de fuerzas. Para Ortega, será como sumergirse en las aguas de la
laguna Estigia porque, con un sufragio electoral viciado, obtendría una
renovada impunidad a sus crímenes, y cierta neutralidad de la comunidad
internacional luego de los resultados.
Dos tácticas
La Alianza, diseñada improvisadamente para negociar con
Ortega, cuando se interrumpe el proceso de negociación siente que su
respiración se vuelve agónica, como la del pez fuera del agua, y boquea
espasmódicamente con la pupila dilatada.
La OEA trata de meterla en hielo para que agonice más
lentamente, como se hace con los peces pequeños. Pero, la Alianza prefiere
sobrevivir mutando su naturaleza, no tanto como para pasar de negociador a
luchador, pero, como para convertirse en opción política electoral en cualquier
circunstancia, cuando se dé el caso. Ese es su camino previsto en el árbol
filogenético de la cadena evolutiva. Pasar, de negociador complaciente, un poco
frustrado, a opción electoral tradicional.
En esta metamorfosis, propia de la política tradicional,
la Alianza ha bajado su mano en silencio, un poco abatida, con la bandera que
decía: ¡La única salida es la negociación! Y con la otra mano ha comenzado a
alzar, a gritos, otra bandera que dice: ¡La única salida son las elecciones! En
todos los casos, la única salida… sigue, indefectiblemente, sus propias
mutaciones.
La otra táctica es la revolucionaria que, por hoy, aún no
existe orgánicamente en la lucha de masas (y que por razones de espacio no se
esboza en este artículo). Cabe señalar, sin embargo, que una táctica correcta,
durante una crisis sin solución, se puede transformar rápidamente en un
movimiento combativo de masas, por el realineamiento de los sectores sociales
que provoca la crisis.
El autor es ingeniero eléctrico.
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