
Un liderazgo que el
Ejecutivo de Andrés Manuel López Obrador se había rehusado a aceptar desde que
asumió la presidencia hace un año. Las circunstancias, no obstante, han llevado
a México a dar un paso hacia adelante, en consonancia también con la tradición
de acogida que ha demostrado tanto con el exilio republicano español como con
los refugiados centroamericanos.
La sorpresiva
petición de auxilio de Evo Morales, a la que México ha respondido con un amplio
despliegue de medios, ha colocado a empujones al país frente a un nuevo
escenario en el que eleva la voz para denunciar un “golpe de Estado” frente al
silencio mayoritario del resto de Latinoamérica.
Hasta ahora, fiel
a su ideario político, López Obrador había cumplido su viejo eslogan que dice:
“No se puede ser candil de la calle y oscuridad en casa”. En la crisis
venezolana se mantuvo lo máximo que pudo al margen. México ha sido la única
potencia latinoamericana que no ha reconocido a Juan Guaidó como presidente
interino y, aunque no ha respaldado a Nicolás Maduro, siempre ha optado por la
vía dialogada a la que recurre el mandatario venezolano. Todo ha cambiado con
Evo Morales.
Hasta ahora López
Obrador había eludido el compromiso internacional y los recurrentes guiños de
la izquierda. Desde que hace un año llego al poder, no ha viajado a ninguna
cita internacional de relevancia (se ausentó de la cumbre del G20 de Osaka y de
la Asamblea General de la ONU); de hecho, no ha viajado al extranjero ni
siquiera a Estados Unidos, con cuyo Gobierno ha tenido que afrontar una crisis
migratoria.
Continuamente ha desoído los gestos amistosos de Nicolás Maduro y
la semana pasada fue cauto respecto al Grupo de Puebla, impulsado por el presidente
electo argentino, Alberto Fernández. Al evento convocado en Buenos Aires, que
contó con la presencia del propio Fernández y de los expresidentes José Mujica,
Dilma Rousseff o Ernesto Samper (y que celebró la salida de prisión de Lula da
Silva) envío al subsecretario para América Latina.
Ante el
descrédito del bloque bolivariano, el hundimiento de Cuba como referente
ideológico y a la espera de la toma de posesión de Alberto Fernández, López
Obrador se ha quedado solo al frente de un bloque de izquierdas que mira a uno
y otro lado en busca de referencias.
El mandatario mexicano y su canciller
Marcelo Ebrard, uno de los ministros más eficaces y efectivos de su Gabinete,
surgen como figuras de consensos a la hora de unificar la voz de Latinoamérica.
Frente a él tiene un bloque de derecha tan antagónica que va de Bolsonaro a
Piñera, donde el único pegamento es su odio a Maduro.
El paso al frente
de México llega poco antes de que el Gobierno de López Obrador asuma la
presidencia temporal de la Comunidad de Estados Americanos y Caribeños (CELAC),
un órgano impulsado por el fallecido Hugo Chávez y el brasileño Lula da Silva.
Esto puede propiciar un choque de trenes con la Organización de Estados
Americanos (OEA), a quien México ha criticado duramente por su actuación en los
últimos días respecto a la crisis boliviana.
El canciller mexicano anunció que
llevará una queja ante el consejo permanente del organismo ante lo que
considera el “silencio de la OEA”. “Vamos a poner eso sobre la mesa. Que (la
OEA) cumpla la función para la que fue creada”.
Es un
interrogante también las repercusiones que tendrá la decisión de dar asilo a
Morales en las relaciones con Estados Unidos. Ebrard ha asegurado que no
debería afectar al nuevo tratado de libre comercio en el que también está
Canadá (TMEC) y cuya entrada en vigor está pendiente de ser aprobada por el
Congreso de Estados Unidos, ni a la relación con el Gobierno de Donald Trump,
porque esta se basa en el respeto mutuo. La relación con Estados Unidos “está
en su mejor momento”, resumió.
Gran parte del
éxito diplomático de México y su nuevo liderazgo radica en la aplicación de la
famosa doctrina Estrada, que promueve la no intervención en asuntos de otras
regiones. Una filosofía que Ebrard reiteró en el caso de Bolivia y de los
países que habían impedido usar su espacio aéreo.
Paralelamente la
llegada de Morales ha servido para reivindicar el tradicional papel de acogida
de la diplomacia mexicana. “Muchas personas hoy están vivas gracias al asilo
que México prestó. Y es un orgullo para México, sea en la república española o
en otros lugares del mundo como el caso de Trotski. Es algo que ennoblece y da
prestigio”, señaló.
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